ACCT 1398 Lecture Notes - Lecture 19: Wrestling Mask, Poblano, Los Mismos

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El Fantasma de Canterville
Autor: Oscar Wilde
Cuando el señor Hiram B. Otis, el ministro de Estados Unidos, compró Canterville-
Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba
embrujada.
Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la s escrupulosa honradez, se
creyó en el deber de participárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir las
condiciones.
-Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese
sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del
que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir
que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, mientras se vestía para
cenar. Me creo en el deber de decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por
varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la
parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado de la Universidad de Oxford.
Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso
quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos
misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca.
-Señor -respondió el ministro-, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario.
Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de
proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte
el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima
donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán
a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearlo
por los caminos como un fenómeno.
-El fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se
resiste a las ofertas de los intrépidos empresarios de ustedes. Hace más de tres siglos
que se le conoce. Data, con precisión, de mil quinientos setenta y cuatro, y no deja de
mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.
-¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo o, un
fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones
en favor de la aristocracia inglesa.
-Realmente son ustedes muy naturales en Estados Unidos -dijo lord Canterville, que no
acababa de comprender la última observación del señor Otis-. Ahora bien: si le gusta a
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usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente de que yo lo
previne.
Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de estación el ministro y su familia
emprendieron el viaje a Canterville.
La señora Otis, que con el nombre de señorita Lucrecia R. Tappan, de la calle Oeste, 52,
había sido una ilustre "beldad" de Nueva York, era todavía una mujer guapísima, de
edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil soberbio.
Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires de
persona atacada de una enfermedad crónica, y se figuran que eso es uno de los sellos de
distinción de Europa; pero la señora Otis no cayó nunca en ese error.
Tenía una naturaleza magnífica y una abundancia extraordinaria de vitalidad.
A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido
citársele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común con
Estados Unidos hoy en día, excepto la lengua, como es de suponer.
Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento
de patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante buena
figura, que se había erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un cotillón en el
casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser
bailarín excepcional.
Sus únicas debilidades eran las gardenias y la patria; aparte de esto, era perfectamente
sensato.
La señorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa como
un cervatillo, con un bonito aire de despreocupación en sus grandes ojos azules.
Era una amazona maravillosa, y sobre su caballito derrotó una vez en carreras al viejo
lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole por caballo y medio,
precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual provocó un entusiasmo tan delirante
en el joven duque de Cheshire, que le propuso acto continuo el matrimonio, y sus
tutores tuvieron que expedirlo aquella misma noche a Elton, bañado en lágrimas.
Después de Virginia venían dos gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de
Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentándolas.
Eran unos niños encantadores, y, con el ministro, los únicos verdaderos republicanos de
la familia.
Como Canterville-Chase está a siete millas de Ascot, la estación más próxima, el señor
Otis telegrafió que fueran a buscarlo en coche descubierto, y emprendieron la marcha en
medio de la mayor alegría. Era una noche encantadora de julio, en que el aire estaba
aromado de olor a pinos.
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De cuando en cuando se oía una paloma arrullándose con su voz s dulce, o se
entreveía, entre la maraña y el frufrú de los helechos, la pechuga de oro bruñido de
aln faisán.
Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían
como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando
su rabo blanco.
Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubrió
repentinamente de nubes. Un extro silencio pareció invadir toda la atmósfera, una
gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que
llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas.
En los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda negra,
con cofia y delantal blancos.
Era la señora Umney, el ama de llaves que la señora Otis, a vivos requerimientos de
lady Canterville, accedió a conservar en su puesto.
Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un
singular acento de los buenos tiempos antiguos:
-Les doy la bienvenida a Canterville-Chase.
La siguieron, atravesando un hermoso vestíbulo de estilo Túdor, hasta la biblioteca,
largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.
Estaba preparado el té.
Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a
curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro.
De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que
había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus
palabras, dijo a la señora Umney:
-Veo que han vertido algo en ese sitio.
-Sí, señora -contestó la señora Umney en voz baja-. Ahí se ha vertido sangre.
-¡Es espantoso! -exclamó la señora Otis-. No quiero manchas de sangre en un salón. Es
preciso quitar eso inmediatamente.
La vieja sonrió, y con la misma voz baja y misteriosa respondió:
-Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su
propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simón la
sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias misteriosísimas. Su
cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue embrujando la casa. La
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Cuando el se or hiram b. otis, el ministro de estados unidos, compr canterville- Chase, todo el mundo le dijo que comet a una gran necedad, porque la finca estaba embrujada. Hasta el mismo lord canterville, como hombre de la m s escrupulosa honradez, se crey en el deber de particip rselo al se or otis cuando llegaron a discutir las condiciones. Despu s del tr gico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady canterville no pudo ya conciliar el sue o, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca. Se or -respondi el ministro-, adquirir el inmueble y el fantasma, bajo inventario. El fantasma existe, me lo temo -dijo lord canterville, sonriendo-, aunque quiz se resiste a las ofertas de los intr pidos empresarios de ustedes.

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